viernes, 10 de octubre de 2008

Odio... el camino al trabajo

Si bien trabajo desde hace un tiempo en mi confortable casita (lo cual no significa que no trabaje), esporadicamente mis obligaciones laborales requieren mi presencia en la empresa. Es por eso que sin más remedio emprendo el camino hacia la misma.
Todo parece indicar que los subtes son el medio más rapido y comodo para realizar la travesía. Esto sería totalmente así, si no tuviera que hacer la maldita combinación con la línea C.
Mi viaje hasta la estación Carlos Pellegrini, del subte rojo, es rutinaria, memorizada y amena, incluso cuando el colectivo 87 (el cual me lleva hacia Los Incas) demora en llegar.
Pero mi trayecto muta inevitablemente al bajar a la estación endemoniada de los mil caminos. Una vez aprendida la dirección que tengo que tomar, el tumulto de gente, los carteles inentendibles y la rapidez de los pasos pasan a un segundo plano en mi cabeza, logrando realizar absolutamente todo eso por inercia. Pero la situación se complica al acercarme a la estación combinada de la malefica Linea C. Tal es mi adversión a la misma que no recuerdo el nombre. Tal odio me provoca que procuro no hacer el mismo trayecto de vuelta.
Gente infinita, golpeadora, toqueteadora, gritona, inmensa, bruta... infinita. Ese subte se convierte en el Arca de Noé que nadie quiere perder. Y mi pequeña persona se encuentra entre ellas, creanme no por elección, sino por obligación y muchas veces en contra de mi voluntad.
Una vez allí, no hay tiempo de dudar, de querer esperar el próximo subte para que tu estadía en el mismo sea un mínimo mas cómoda. La presión popular te incluye en él, sea esta tu voluntad o no. No hay vuelta atrás.
Sumada a esta situción, las interminables curvas del trayecto, los movimientos sorpresivos y sin dudas bruscos del medio hacen intolerable mi viaje hacia la empresa. De más está decir, que el fin que justifica mi medio no es para nada agradable tampoco.

Odio la maldita línea C... odio tener que tomarla.

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